El cuerpo humano no está preparado genéticamente para la obesidad, de manera que, cuando ésta aparece, suele acompañarse de determinadas enfermedades o trastornos como la presión arterial alta, la diabetes de tipo 2, la presencia de colesterol en la sangre, la enfermedad de las arterias coronarias, ataques o insuficiencias cardíacas, problemas reproductivos,…
Teniendo en cuenta todas estas consecuencias negativas, resulta importante entender por qué algunas personas poseen mayor facilidad para mantenerse dentro de su peso óptimo respecto a otras. Es habitual que nos preguntemos a qué se deben estas diferencias o si se deben únicamente a factores genéticos.
La respuesta es no. Se habla de que la heredabilidad tendría un peso del 30%, dejando el otro 70% en manos de los factores ambientales. Si echamos la vista atrás, en la década de los años 60 o 70, había pocas personas obesas y, en cambio, ahora el porcentaje es bastante más elevado. En estos cincuenta años, no ha cambiado la base genética de los humanos, de manera que tenemos que buscar las respuestas en otros factores.
Para abordar adecuadamente esta problemática, es necesario contextualizarla dentro de nuestro desarrollo evolutivo como especie. El homo sapiens se ha desarrollado en un contexto de lucha por la supervivencia, en la que la obtención de alimento era difícil y peligrosa y, además, requería invertir una gran cantidad de energía. Con el desarrollo de la agricultura, el hombre fue abandonando su modo de vida basado en la caza y la recolección, y fue tomando el control de la producción de sus propios alimentos a través de la agricultura y la ganadería, con lo que cambió drásticamente el balance entre ingesta calórica y gasto energético.
En los últimos cincuenta años, el desarrollo de la agricultura y la ganadería intensiva ha permitido que la mayoría de los habitantes de las sociedades desarrolladas tengan a su disposición un número ilimitado de calorías que pueden obtener con un gasto energético cada vez menor. Teniendo en cuenta que la mayor preocupación de nuestros antepasados era la obtención de alimentos, es comprensible que, en este contexto cultural de abundancia y escaso gasto energético, los individuos de nuestra especie tendamos a engordar.
Factores determinantes del peso corporal:
El peso de una persona es el resultado del balance entre calorías que consume a través de los alimentos y el gasto energético que provocan la actividad física y el metabolismo. Hay que tener en cuenta que el balance varía según el contenido calórico de los alimentos que se consume, la velocidad del tránsito intestinal (que determina el grado de absorción de los nutrientes) y la composición de los alimentos.
- Tipo de alimentos: El cuerpo humano transforma la grasa consumida en grasa corporal de forma muy rápida, haciendo que las personas que consumen muchos alimentos ricos en grasas, tengan más probabilidades de engordar que aquellas que ingiriendo un volumen calórico igual, llevan a cabo una dieta con menor proporción de grasa.
- Velocidad del tránsito intestinal: mayor o menor propensión a asimilar grasas. Además de la velocidad del tránsito, resulta importante el papel de la microbiota intestinal, que está considerada un órgano metabólico que explicaría, en parte, el aprovechamiento de los alimentos ingeridos.
- Nivel de actividad física: Es conocido por todos que el ejercicio físico regular es una de las mejores formas de controlar el peso corporal. Así, si incrementamos el gasto energético mediante un aumento de la actividad física y mantenemos constante la ingesta calórica, se producirá una pérdida de peso corporal.
- Velocidad de metabolismo: El metabolismo basal es la energía mínima que el cuerpo necesita para estar vivo. Se habla de que el 70% de las calorías que ingerimos estarían destinadas a mantener las funciones básicas, un 10% se ocuparía de la absorción, digestión y utilización de los mismos y el 20% restante se quemaría en las actividades de la vida diaria. Pues bien, existen diferencias individuales en la velocidad de metabolismo, que suelen relacionarse con la proporción de tejidos no grasos de las personas. De esta forma, las personas con mayor proporción de músculo, hueso, y sangre requieren más energía para funcionar que las personas con mayores proporciones de grasa en el organismo.
Hemos visto que el mantenimiento del peso depende, principalmente, de las calorías ingeridas, de su asimilación y del gasto energético realizado, pero, además, el organismo cuenta con una serie de mecanismos para responder a ese balance con un objetivo principal: evitar los cambios bruscos de peso y de las reservas de energía.
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