En la última década, los ictus han aumentado más de un 20% y se espera que sigan subiendo al mismo ritmo los próximos años, al mismo tiempo que se reduce la edad de las personas que lo sufren. Por este motivo, los ictus se han convertido en la primera causa de discapacidad en España, tanto entre hombres como entre mujeres, y la primera causa de muerte en mujeres.
Pero, ¿qué es en realidad un ictus? Se trata de una obstrucción de la circulación sanguínea que puede producir falta de riego y conducir a un ictus isquémico; o bien que puede producir una ruptura del vaso sanguíneo, dando lugar a una hemorragia llamada ictus hemorrágico. En ambos casos se producen importantes daños cerebrales, llegando incluso a la muerte.
La parte positiva de esta grave enfermedad es que el 80% de los factores de riesgo que pueden producir un ictus son controlables gracias a una vida sana. Estamos hablando, por ejemplo, de factores como la hipertensión arterial, la diabetes, el colesterol o el consumo de tabaco y alcohol.
Tampoco debemos perder de vista que el 30% de personas que han sufrido un ictus es probable que vuelvan a sufrir otro con el tiempo. Por este motivo, no solo la prevención es necesaria, también el cuidado y el seguimiento en todas las fases que viven los pacientes de ictus.
La primera de ellas es un estadio agudo, justo cuando se acaba de sufrir el ictus. En segundo lugar, llega un estadio postagudo, cuando están en plena recuperación; y finalmente, un estadio crónico, cuando toca pensar en el control de las repeticiones.
Actualmente, nuestro sistema de salud está muy focalizado en los tratamientos durante la fase aguda, pero para garantizar la buena rehabilitación y la plena calidad de vida de los pacientes de ictus, es necesario no dejar de trabajar en las fases postaguda y crónica.
Así pues, la toma de consciencia y la prevención son factores clave para evitar todos los casos posibles. Y gracias a los avances médicos, a día de hoy, el índice de mortalidad se sitúa tan solo en una de cada nueve personas.